ZOMBIE
Víctor Arias

Había oído rumores de que lo vieron rondando por los alrededores, pero encontré tan tenebroso lo que decían que no lo creí. ¡Si yo estuve en su funeral la semana pasada! ¡Blasfemias! ¡Yo vi el cadáver, tan tieso como un cuerno de cabra! Pero ahora creo, porque está llamando a mi puerta. Andaba yo afuera, en el pozo común llenando unos cántaros con agua, cuando lo vi venir. Me costó reconocerlo, está famélico y muy pálido, y tiene los ojos hundidos en una cara que cuesta mirar sin asombrarse. Asustado disimulé y regresé a casa; rápidamente crucé el travesaño en la puerta y cuando ya aliviado encendía un par de velas, oí los golpes en la entrada. Sentí una punzada en el pecho que aún me duele; estoy muerto de miedo. ¿Qué desea de mí? Yo le debo algún dinero, pero, ¿será que este judío es tan avaro que hasta después de muerto viene a cobrarme?

Después de un rato persisten los toques, aunque no he mirado sé que es él. Me quedaría en silencio esperando a que se vaya, pero ¿y si no ocurre?, ya cae la noche y no quiero ni pensar permanecer en la penumbra con esa… ¿infamia? Me enteré que hace un par de días fue ese siniestro hechicero a visitar su tumba, el de la secta que todos comentan, y algún pacto diabólico habrían hecho que ahora es un muerto caminante…

Es la hora del crepúsculo y tengo que abrir la puerta. Hay una daga que escondo bajo mi manto, respiro profundo y le ruego valor a Dios; agitado levanto el madero y abro.
Aparece bajo el umbral, se ve espantoso y su kali sucio huele a putrefacción y orina. Se me queda mirando con expresión ausente y no sé qué hacer. ¿Los muertos hablan? Se balancea como borracho y de su boca caen asquerosos goterones de babas. Nervioso busco las palabras correctas, pero están insoslayablemente perdidas; el silencio es quemante y, asustado y urgido, exclamo lo primero que se me viene a la cabeza.

—¡Lázaro, amigo!, supe que falleciste… ¿cómo está la familia?


Mayo 2008